Internacionalismo,
una obra a la medida de Fidel
Fue en diciembre de
1975, en el informe al Primer Congreso del Partido donde se
expusieron las razones históricas, éticas y humanistas que llevaron
a Cuba a prestar su ayuda solidaria a otros pueblos hermanos
Autor: Miguel Febles
Hernández | febles@granma.cu
Hasta 1975 Angola no
pasaba de ser para muchos cubanos un país remoto desde donde llegaba
en imágenes esporádicas la doble cara de una cruda realidad: por un
lado, la belleza inigualable de una tierra pródiga en recursos
naturales y, por otro, las penurias de un pueblo sumido en la más
extrema pobreza.
Exquisito manjar
para las potencias capitalistas, sentía en las entrañas la
expoliación de sus riquezas, iniciada siglos atrás cuando miles
de esclavos fueron enviados a trabajar, y a morir, en los cañaverales
de una isla que forjó su nacionalidad con la sangre, el sudor, la
valentía y la espiritualidad de aquellos hombres y mujeres.
Toda una generación
nacida con la Revolución fue educada en el más puro
sentimiento de solidaridad hacia otros pueblos, máxime cuando de
muchos de ellos se había recibido el apoyo moral y material para
sobrevivir a los embates de un imperio que jamás ha aceptado a Cuba
como nación libre e independiente.
En aquel entonces,
no todos tenían conciencia cabal de lo que había hecho este
pequeño país en la ayuda directa a los movimientos
guerrilleros que como pólvora se expandían por el llamado
Tercer Mundo, para librarse del yugo colonial y de las nuevas
formas de dominación impuestas por el imperialismo.
Los detalles de la
presencia cubana en Argelia, Congo, Bolivia y Guinea Bissau
constituyeron un secreto celosamente guardado, no solo por las
autoridades sino por los cientos de combatientes que participaron en
aquellas jornadas gloriosas, cuando resplandeció con luz propia
el ejemplo de Ernesto Che Guevara.
Fue, precisamente,
en diciembre de 1975, en el informe al Primer Congreso del Partido
presentado por su primer secretario Fidel Castro Ruz, donde se
expusieron las razones históricas, éticas y humanistas que llevaron
a Cuba a prestar su ayuda solidaria a otros pueblos hermanos.
Se refería, en
específico, al hecho más reciente: la decisiva participación
de los combatientes internacionalistas cubanos, junto a los
patriotas del Movimiento Popular para la Liberación de Angola
(MPLA) en los acontecimientos que impidieron fuera escamoteada la
proclamación de la independencia de ese país.
Un extenso reportaje
escrito por el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez,
bajo el título de Operación Carlota, narraba en esa época los
detalles y las peripecias del traslado, por vía aérea y marítima,
del contingente militar que acudió en auxilio de la naciente
república.
«Me voy de
maniobras para Camagüey…», fue uno de los tantos pretextos usados
por los oficiales y soldados al despedirse de los seres queridos,
convencidos de que ya, a esas alturas, el socorrido engaño poco
efecto surtiría, pues el secreto era patrimonio exclusivo de todo
el pueblo cubano.
A quienes sí
sorprendió fue a los estrategas del Pentágono y a los altos cargos
de la Agencia Central de Inteligencia, quienes con su habitual
prepotencia jamás imaginaron que una isla del Caribe, pudiera asumir
tan colosal empresa a miles de kilómetros de sus costas y, lo que es
mejor, llevarla a feliz término.
Apenas sin
recuperarse de la larga travesía, los combatientes
internacionalistas ocuparon trincheras codo con codo con los soldados
angolanos y se llenaron de gloria en Quifangondo,
Cabinda, Ebo y en una elevación que por el heroísmo de los hombres
que la defendieron recibió el nombre de Primer Congreso del Partido.
Luego vendrían los
golpes demoledores en los frentes Norte y Sur, las noticias de los
mercenarios capturados, los partes de las masacres perpetradas por el
enemigo en su retirada de ciudades y poblados, la desbandada final de
las tropas sudafricanas y la firma de un acuerdo que pronto los
racistas se encargaron de violar.
Las proezas de
aquellos combatientes engendraron un profundo sentimiento de
orgullo en el seno del pueblo cubano, que comenzó a hacer suya cada
victoria de los patriotas angolanos en su lucha por la definitiva
independencia ante los no ocultos intereses geopolíticos del régimen
del apartheid.
Una generación de
jóvenes cubanos creció en ese ejemplo, enriquecido en los años
ochenta del siglo pasado con las páginas de heroísmo escritas
por los defensores de Sumbe y Cangamba, quienes en condiciones
totalmente adversas supieron poner en alto el nombre de Cuba.
Así ocurrió a
partir del segundo semestre de 1987, cuando el nombre de un diminuto
enclave en la parte suroriental de Angola, relativamente cerca de la
línea estratégica que cubrían las tropas cubanas, comenzó a
acaparar la atención de los principales medios de prensa del mundo:
Cuito Cuanavale.
Ante la compleja
situación creada para las fuerzas patrióticas en esa zona apartada
de la geografía angolana, una vez más se hizo presente el apoyo de
la isla caribeña, cuyas autoridades, el 15 de noviembre de 1987,
acordaron enfrentar el reto y dar una respuesta contundente a la
altura de las circunstancias.
Con ese propósito,
mientras se resistían unos tras otros los ataques de los racistas
sudafricanos en Cuito Cuanavale, arribaron a Angola
decenas de unidades enviadas desde Cuba en la Operación XXXI
Aniversario de las FAR, para conformar a partir de entonces un frente
común junto a los angolanos y namibios.
El refuerzo, que
elevó a más de 50 000 la cifra de efectivos cubanos en el teatro de
operaciones con un incremento sustancial en el número de medios
blindados y antiaéreos, constituyó una fuerza realmente
impactante si a ello se suma la elevada moral combativa de sus
integrantes.
Tal disuasivo
militar, a la larga, cumplió su cometido, cuando en Pretoria se
percataron de que no era juego lo que les venía encima. Nada pudo
impedir el avance del contingente internacionalista por el flanco
suroccidental hasta expulsar a los invasores del territorio
angolano.
No se equivocó el
Comandante en Jefe, como principal estratega de la contienda: «La
idea, sentenció, era frenarlos en Cuito Cuanavale y
golpearlos por el suroeste», en lugares sensibles, verdaderamente
estratégicos, cual implacable derechazo de Teófilo Stevenson, el
mítico multicampeón olímpico de boxeo.
Desde el aire, los
valerosos pilotos cubanos cerraron con broche de oro tan brillante
epopeya, cuya eficacia quedó inscripta para la posteridad en una de
las paredes del complejo hidroeléctrico de Calueque, a solo 15
kilómetros de la frontera con Namibia: MIG-23 nos partieron el
corazón.
Al adversario no le
quedó otra alternativa que reconocer a regañadientes la derrota y
sentarse definitivamente en la mesa de negociaciones, muchas veces
interrumpidas o dilatadas por su arrogancia y prepotencia, hasta que
el 22 de diciembre de 1988 se firmaron los acuerdos entre Cuba,
Angola y Sudáfrica.
Ese día, en la sede
de la Organización de Naciones Unidas en Nueva York, se establecía
el 1ro. de abril de 1989 como fecha de inicio de la aplicación de la
Resolución 435/78 para la independencia de Namibia, decisión que
marcaría un cambio radical en el curso de la historia del cono sur
africano.
Logrado este paso,
los gobiernos de Angola y de Cuba acordaron, en el mismo lugar, el
calendario en etapas para el repliegue de las tropas cubanas hacia
los paralelos 15 y 13, y el regreso gradual a la patria del
contingente internacionalista, definido hasta el 1ro. de julio
de 1991.
Cinco semanas antes
de tal fecha, en la noche del 25 de mayo, el Comandante en Jefe
Fidel Castro Ruz recibía en el aeropuerto José Martí, de Ciudad de
La Habana, a los últimos combatientes cubanos que permanecían en
Angola, encabezados por el general de brigada Samuel Rodiles Planas.
Días más tarde, el
parte de Raúl a Fidel estremeció a todos los reunidos en la
ceremonia oficial de bienvenida en el mausoleo de El Cacahual.
«La Operación Carlota ha concluido», dijo con voz grave y segura
en medio de la solemnidad reinante, como para que lo escuchara
el mundo entero y más allá si era posible.
En cinco palabras
resumía toda una colosal hazaña que se prolongó durante 15 años y
siete meses, y donde Cuba se erigió como símbolo de solidaridad
militante, lealtad a los principios, seriedad ante los compromisos y
dignidad sin claudicaciones frente a los enemigos de siempre.
El entonces Ministro
de las FAR no dudó un segundo en mencionar al artífice de tan
colosal victoria: «La gloria y el mérito supremo pertenecen al
pueblo cubano, protagonista verdadero de esa epopeya que
corresponderá a la historia aquilatar en su más profunda y
perdurable trascendencia».
Las cifras hablan
por sí solas: más de 380 000 soldados y oficiales montaron guardia
o pelearon junto a los pueblos de África, a los que se unen
otros 70 000 que ejercieron como colaboradores civiles en diferentes
ramas de la producción y de los servicios. De ellos, 2 077
ofrendaron sus vidas a la causa de la libertad.
Los combatientes
regresaron solo con sus muertos y con el agradecimiento de millones
de personas dignas de este mundo, en especial de los pueblos de
África. Nada ni nadie podrá borrar jamás sus proezas en lo que
constituyó, al decir del intelectual Piero Gleijeses, un noble
y justo final para una historia digna de orgullo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario